lunes, 12 de enero de 2015

Haïti Chérie

Haití nunca ha dejado de llorar. Los escombros no pesan más hoy para recordar las 300.000 víctimas que dejó el terremoto hace exactamente cinco años. Los escombros llevan cinco años haciendo de mediana para dividir los dos carriles de la única carretera que recorre el país. Cinco años son muchos para la vida pero pocos para el corazón. El eco de aquella catástrofe sigue vibrando en las entrañas del pueblo haitiano, huérfanos en tierra desacostumbrada.

La hermana Olga estaba en Puerto Príncipe y la puerta del baño se cerró inesperadamente. Entonces todo empezó a temblar; la puerta se atascó y no conseguía salir. Cuando el temblor aminoró desbloqueó la puerta. Cuenta que había tanto polvo que apenas veía. Ya no había paredes. Cuando entró en el baño estaba en una casa y cuando salió aquello era la calle. Se quedó más de quince días ayudando a la gente, suturando a mutilados y encomendando a Dios tanta desgracia.

La madre de una profesora de la escuela de Areguy bajaba por el camino que serpentea paralelo al río desde Arreguy a Jacmel. Iba a visitar a una amiga enferma y el suelo empezó a temblar. Cuenta que la tierra se resquebrajó y el río desapareció, colándose por las llagas del suelo roto. La tierra se lo había tragado. Cuando volvió a resurgir de los tajos, el agua estaba sucia y olía mal. Al llegar a Jacmel no había Jacmel y la vida era un videojuego. 

Charline es la persona más alegre que conozco, y su risa es el agua limpia y fresca que supo cómo curar las heridas de su hijo Olivier. 

Hay gente que sigue viviendo en tiendas de campaña, hay corazones en carne viva y un miedo que adherido al dolor produce una aleación demasiado pesada para cargarla con tantas cuestas y tanto sol.

Hoy es un día para acordarse y el resto, deberían ser para no olvidar. Las efemérides son sólo más ruido en este patio de histéricos que es el bombardeo informativo. Titulares llamativos, niños mutilados en portada y a otra cosa, mariposa. 

viernes, 19 de diciembre de 2014

Claroscuro

La diferencia no puede ser una amenaza. Me gustan las amalgamas, las bitácoras, los híbridos y el mestizaje. En la Escuela de Atenas, señalando el cielo, Platón hablaba del alma tripartita, caballo alado, caballo bueno, caballo malo. Aristóteles señalaba el suelo y habría aplaudido esa teoría que atribuye los 21 gramos que perdemos al morir al peso liberado en el último exhalo. No a un caballo alado elevándose, divino e inmortal.

En la escuela de la vida somos tierra, no agua y aceite. Aquí, ahí o en Haití.



viernes, 12 de diciembre de 2014

10 de Diciembre

Nadie paga las medicinas, mwe pa gen cob. No tengo dinero. Niños anémicos y bebés malnutridos. La hermana Basilia sale de la farmacia y pregunta en el patio quién tose tan fuerte. La doctora que atiende en la sala contigua le ha recetado robitussin, amoxicillina y paracetamol. Tiene 10 gourdes, más o menos 15 céntimos.

-¿Dónde está mama?
-Enferma en casa.
-¿Y papá?
-Murió.

Una madre trae una niña preciosa de tres meses con neumonía que me concede el capricho de dejar de llorar cuando la cojo en brazos. Otro niño llegó con cardenales, no hablaba y tenía la mirada perdida. No reaccionaba a nada, mejor dicho. La espalda magullada y los brazos hinchados, le costaba andar. Su padre le pegó una paliza por haber perdido la tarjeta del móvil que le había dado para cargar en la escuela. Llamaron a la policía y a protección del menor. Todo Arreguy estaba en el centro y a Basilia le quedaban fuerzas para el humor. “¿Todos enfermos?. Basilia sabe hacer las cosas y tiene la astucia de vigilar lo más mínimo y la delicadeza de analizar mis reacciones con el rabillo del ojo. El centro era un hervidero, el sol barnizaba el día con un pringue pegajoso y la jornada estaba siendo complicada. Me senté en la silla de la farmacia y entonces pasó el laboratorista (único hombre del centro y primero en decorar con papeles y globos su cubículo) escuchando un villancico en su móvil polifónico. Me entró la risa. Qué ironía es todo. 

A las doce de la noche nació un niño. Lo tuve en mis manos y pensé su fragilidad y su inocencia. Era un bebé bonito, grande y sano. 

Anteayer fue el día que pasó todo esto y fue también el Día Mundial de los Derechos Humanos, me lo recordó un e-mail de Amnistía Internacional que me repite lo buena que soy y lo útil que me convierte estar inscrita a su newsletter. Ayer la anciana del pañuelo en la cabeza y los cigarrillos me regaló el quinto para que lo fumase con ella en Betania. Hoy Millás publica en El País un cuento sobre las torturas, las cárceles y la contribución al orden. Me pregunto si este año también se habrán adelantado las rebajas navideñas en H&M.

Perdón, pero estuve enfadada.

viernes, 5 de diciembre de 2014

Filmar lo que da pudor mirar

Las mejores fotos serán aquellas que no me atrevo a hacer. Me resulta imposible filmar aquello que da pudor incluso mirar. La pobreza extrema está desnuda y mal nutrida, eso no le quita los escrúpulos y parece que no le gustan las cámaras. La miseria no se pone guapa ni tiene lado bueno. Y supongo que si, he necesitado sentir esa vergüenza para calibrar hasta qué punto es atroz lo que estoy acostumbrada a ver. Escondo la cámara en la mochila siempre que puedo. La cámara y más cosas. Ahora me pregunto más que antes quién habrá apretado el disparador de miles de fotos que se me vienen a la cabeza, quién habrá hecho saltar el flash de su cámara delante de un niño famélico (porque a esas fotos no les gusta retratar sino los clichés) que hasta entonces no conocía otra luz que la del sol.

Me supongo periodista (en realidad no) y graduada en Comunicación Audiovisual, y antes que todo eso una persona. También me pregunto en qué momento se alteran estas suposiciones y a los periodistas se les cae, cual cordón umbilical, el atributo de persona que los mantenía en contacto con la noción de humanidad. Me quedaré a vivir eternamente en el paso anterior. Es difícil hacer ciertas fotos a pesar del valor potencial que puedan tener: movilizar una conciencia, desarmar un argumento capitalista, neocolonialista, injusto, rastrero...  Nos lo dijeron en la uni y nos lo repiten en los medios. La teoría de Zillmann y Bryant que explica la atracción de las audiencias por el morbo, la espectacularización informativa, la sociedad de pantomima y circo, la estupidez globalizada, a todo color y en portada. Nos lo sabemos de memoria y es tan verdad que volver a pensarlo me produce un aburrimiento terrible. (Adriana, amiga mía, mira en quién me he convertido).

Hoy solo quería comentar que estoy viendo muchas cosas que no me atrevo a fotografiar, no por la vida posterior de esas fotografías, que además sería corta y restringida, sino por quien tengo en frente. Algo así como respeto. No quiero buscar el mejor encuadre de una realidad que te golpea como un puñetazo en la boca del estómago solo con mirarla. Hay otras maneras de transmitir la escasez y pretender el cambio; y si no las hay que alguien me toque otro vals que yo éste no lo bailo.

Que yo empecé escribiendo por algo que vi, pero consideré demasiado intrusivo sacar la cámara encuadrar, enfocar y retratarlo. Sin embargo he acabado por cantarle a todo el sufrimiento que escapa a las garras afiladas de la foto estrella, atrincherado en su personal e intransferible miseria.

Mediodía en Jacmel. Una anciana lava su pelo afro y gris en una tinaja naranja. Debe dedicarse al carbón porque el porche de la casa, su piel, su pelo, sus pies, su marido y su tinaja estaban cubiertos de un espesísimo hollín negro. Hay escombros, huellas y grietas del terremoto amontonadas en las esquinas y en las vigas desnudas. La mujer es mayor y está de cuclillas lavando el pelo en la tinaja. Sus senos flácidos cuelgan revelando el exuberante pasado de su dueña. Todo tiene algo tétrico en esta poesía. Su marido, torso al sol, está apoyado en una barandilla de metal con las piernas cruzadas y fuma en pipa. Tiene una boina rota y negra. La mujer sólo está tapada por una tela que algún día fue de algún color parecido al blanco, igual que las paredes. Rayadas sobre la pintura se leen diferentes inscripciones: AFRICA LYBRE, 24-6-2007, una cruz y varios dibujos. Siento un deseo enorme de subir las tres escaleras y hablar con esa pareja, de sentarme en el suelo y beber café, aplicarme sus ungüentos, lavarme el pelo, invocar a sus ancestros, comprar carbón o repasar con cualquier objeto punzante ese AFRICA LYBRE, qué sé yo.

viernes, 28 de noviembre de 2014

De santería y escapulario

Los rituales africanos centellean en las pupilas, azuzados por los latidos del corazón mientras se santiguan ante el Santísimo sacramentado con la devoción de una clarisa.

La fuerza que tiene la creencia vudú estriba en las raíces africanas del pueblo haitiano, que llegó maniatado y enmudecido a las américas, en manos de los colonos europeos. La religión vudú nace en África occidental y se atrinchera en los corazones de sus pueblos, navegando escondida en las bodegas de los barcos que cruzaban el océano y durmiendo en el suelo.

El vudú adora a los espíritus que interceden por los humanos ante Bondye, llamados loas. Bondye es la entidad sobrenatural última y entre sus ocupaciones no está la de atender los problemas humanos.  Por medio de danzas, sacrificios y rituales, los practicantes del vudú entran en contacto con sus ancestros y con los loas, que protegen y vigilan aspectos concretos de la vida humana. Son el ejército de intermediarios entre las personas y Bondye.

Esta religión es símbolo inequívoco de liberación para el pueblo haitiano. Los líderes de la revolución que libraron contra los colonos franceses en el siglo XVII, se encomendaban a prácticas vudú antes de las batallas y encontraban en los ancestros invocados en sus rituales la fuerza para librar con éxito los sangrientos combates.

El 14 de agosto  de 1791 el sacerdote Boukman celebró un histórico ritual vudú en Bois-Cayman que alentó a los combatientes para dar comienzo a la guerra de la libertad. Los loas del vudú fueron el catalizador del proceso revolucionario que terminaría trece años después con la instauración de la primera república formada por esclavos negros liberados.

El vudú bebe de las creencias mágicas de estos esclavos, aderezadas con el cristianismo impuesto por los colonialistas y algo del politeísmo celta vivo hasta entonces. Del contacto con las prácticas cristianas, que llegaron en el mismo atado que las lenguas latinas o el caballo, los practicantes vudú acogieron sincréticamente nuevos elementos de la liturgia católica y la aplicaron con disimulo a sus rituales. El resultado fue una curiosa connivencia. Revistieron a sus loas con túnicas de santo y les cambiaron el nombre. Damballah pasó a ser San Pedro o Ezulie Freda fue llamada desde entonces Virgen María. Los haitianos hicieron coincidir sus días señalados con festividades católicas para poder venerar a sus espíritus sin faltar a la cita obligada con las ceremonias religiosas traídas por los blancos.

Actualmente el 40% de la población sigue practicando el vudú mientras que el 60% ha resuelto el fervor del alma con el Dios cristiano. Los porcentajes no hablan de la gente que comulga con ambas religiones saciando las sedes del espíritu con paz evangélica. Pues lo que no les da una religión, lo encuentran en la otra.

Por la noche se pintan la cara de colores, bailan, beben licores y son habitados por espíritus del más allá; por la mañana, vestidos con sus mejores galas, acuden a la cita para rezar al Cristo muerto en la cruz con sincera devoción.

martes, 25 de noviembre de 2014

¡Qué alegría, qué buen día!


Desayuné mantequilla de cacahuete, hablé con las señoras del mercado, tuve algún pensamiento tan fugaz como clarividente y un vecino consiguió una batería con la que hizo funcionar dos grandes altavoces. La mañana de Arreguy disfrutó de una festiva banda sonora a elevados decibelios.

Tres chicos han compuesto una canción. Rap melódico y culto a Madre Tierra. Todos la conocemos y sonó varias veces entre la clara hegemonía de ritmos latinos. Me alegró la mañana y bailé a pleno sol con Madame Merest, la mujer que ayuda en casa. Ambas nos reíamos al darnos cuenta de cuánto nos había influido en el ánimo un poco de música.

Pasado el éxtasis de las primeras canciones me senté al sol para disfrutar de la mañana más tranquilamente (sin dejar de sacudir de vez en cuando los hombros para subrayar mi conformidad con el aderezo musical que condimentaba el día) y saboree la deliciosa atemporalidad que se suspende en la simple observación del presente. No lo pensé, ni tampoco lo proyecté. Tan solo cedí emocionada a que se desarrollase delante de mí y lo disfruté como el espectador que salta y aplaude divertido en la butaca del teatro. Atendí al ritmo del tiempo, al juego de luces y sombras que provoca el viaje de las nubes. Experimenté la calidez cuando la nube se va y  la frescura cuando otra ocupa su lugar. Comí plátano frito recién hecho.

Hoy, sin más que decir, me acuesto con una sonrisa amplia y sincera.

Haití me invitó a ser la segunda voz de las melodías que habitan la selva.
La selva de las cosas que pasan.




sábado, 22 de noviembre de 2014

Hoy bailé con ayer

- Me sorprende que hablen tan bajo. Todos hablan así, niños y mayores...

- Es por su historia. Fueron esclavos mucho tiempo, tenían que hablar sin que se les oyese y moverse con sigilo. ¿No te fijaste cómo bailan? A pesar de sus raíces africanas, la danza es muy diferente. No saltan ni se vuelven locos como el resto de los africanos, nacemos bailando. Ellos lo hacen sin moverse demasiado, han bailado mucho tiempo con las manos atadas, y muchas veces incluso con los pies. Es la seña que les dejó el pasado.

Su delicadeza exquisita en la pose. Su tono de voz cercano al susurro. Su forma de caminar, con la levedad de un alma furtiva. Cómo se sientan. Su historia se ha filtrado en la sangre, obviando las impermeabilidades de la piel y desoyendo cualquier cántico a la libertad.

Hoy bailé con ayer y me agarró de la cintura.
Hoy bailé con ayer y me sujetó las manos con el índice y el pulgar, como si quemasen.
Hoy bailé con ayer porque mañana no me invita a bailar.